“Tiene 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21 o más. Es la undécima hora y está perdido en un mar de gente, y su cuerpo caliente se empieza a combar bajo ruido industrial; pero un pogo-tsunami lo alza en vilo y lo lanza más allá, a una playa electrizada de cabezas sudorosas y chamuscadas, como cantos rodados enchufados a un vórtex. Con el ulular del feedback salido de los cuerpos de las guitarras, más lacerante que todos los fuzztones y delays juntos, y el crepitar del bajo más profundo que se pueda imaginar en turbulencia sónica, el que menos empieza a levitar. A sacudones. Paso a mil caballos de fuerza descargados desde una batería con violencia de metralla a pulso de combatiente en territorio liberado, lejos de las trincheras chirriantes y polvorientas del trabajo, de las clases, de la parroquia, de la casa. Seguro que quiere a sus viejos y seguro que no los soporta -esa no es la cuestión tampoco-, y seguro que nada pero nada de lo que ellos digan o hagan enciende su vida. El rock sí. Es la escena subte, del punk al death metal; o la movida indie; o la nueva clave alternativa en retro. Él aprende en la noche de lo que lo rodea. Él está ahí para aprender de los que lo rodean. Grita, estalla, se divierte, se ilumina. Hay días que se quema y días que se hunde. Quiere vivir para amar, como quiere recordar. Su angustia espontánea, su deseo galopante palpita con el concierto que está por empezar ahora. Él espera, confía y se salva de morir de aburrimiento.
Paco Sanseviero estuvo ahí y lo vio. Sí.”
Jorge Villacorta, para la Agenda Perú Rock 2006.
